jueves, 14 de junio de 2007

Cuento sobre el desapego (Escrito por: el aprendiz ambulante)

Un arbolito en una pradera
Había una vez un árbol de hoja caduca que placenteramente, se erguía en una pradera. Su copa era grande y espesa con hojas de todos los tamaños apoyadas sobre sus ramas fuertes. Su tronco servia de hogar para multitud de insectos y pájaros que no dudaban en hacerle un agujerito para vivir.
Nuestro protagonista amaba su vida, con multitud de colores, formas y especies, pero un buen día al llegar el invierno, noto que sus hojas se iban cayendo. Nada extraño en un árbol que hoja caduca, que cada año renueva sus hojas. Pensareis que debido, a que esa era su naturaleza, ya estaría acostumbrado, pero aquel año empezó a tener miedo por si acaso, no volverían a brotas sus amadas hojas que tanta vida le daban.
De esta manera, se fue aferrando cada vez más a sus hojas, impidiendo que se soltasen. Poco a poco, los animales con la llegada del invierno, se fueron yendo a sus guaridas a invernar y nuestro árbol se fue quedando solo, como de costumbre en estas fechas, pero no podía dejar de sentirse triste.
Pensó que a la llegada de la primavera, volverían los pajaritos a su copa, las hormigas a recorres su tronco y los conejos a refugiarse en sus pies, pero no fue así. Seguía aferrado a sus hojas, y ahora solo era el fantasma de lo que fue, sus ramas eran débiles, su tronco escueto y se inclinaba un poco, seguramente del pesar que sentía.
No podía dejar soltar sus hojas, porque le habían aportado tanta felicidad, que decidir despedirse de ellas significaba enfrentarse a la idea de no volver a vivir lo que había vivido con ellas. Le daba pánico el futuro, porque no sabia lo que había y podía ser mucho peor a lo que ahora tenia. Quería desesperadamente parar el tiempo y vivir cada día de su vida, las experiencias que había tenido.
Ahora, no se le acercaba nadie y solo le quedaba rememorar sus años felices vigilando las hojas para que no se les llevara el viento, su única esperanza para que volviesen los animales
Un alto roble que estaba junto a él, le dijo en lenguaje de árbol:
-Puedes estar mucho mejor, sueltas tus hojas, ábrete a nuevas experiencias. Las experiencias que viviste hace tiempo ya pertenecen al pasado y como tus hojas, están muertas.
-Mis hojas no están muertas. -Dijo el arbolito al roble- Seguramente alguien vendrá y apreciara mi belleza.
-¿¿Quien?? Nadie se acerca a un ser vivo que solo es el reflejo de lo que fue y la huella de su tristeza. Prueba a soltar una hoja, ya veras lo que ocurre.
El arbolito soltó una hoja con muchísimo temblor y confiando de que por una, no pasaría nada. En el mismo instante en que la soltó, la sabia empezó a circular por donde había estado la hoja y una agradable sensación de fuerza y vida recorrió toda la rama
La hoja que soltó, termino formando hongos que iban descomponiendo la hoja para nutrir el suelo. Al cabo de los días, pequeños tallos de hierba empezaron a brotar en donde se había desecho la hoja.
Alucinado, decidió entonces soltar más hojas, no todas, todavía tenia que ir con cuidado, y observar que pasaba. Al cabo del mes se lleno de hierba el suelo y sus ramas empezaron a tener hojas y a ser fuertes de nuevo. La hierba atrajo hormigas y algún que otro animal que se quería refugiar en su sombra.
Para el verano, ya era el árbol que siempre fue, pero más sabio y fuerte. Llego a la conclusión que los pequeños cambios pueden generan un montón de vida, pero para que sucedan debes soltar las cosas antiguas para dejar hueco a las nuevas, teniendo la seguridad de que por cada hoja que sueltes aparecerá otra, sirviendo la antigua de nutriente para el suelo o comida para las hormigas atrayendo, de este modo más vida a tu alrededor

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